domingo, agosto 02, 2009

APLASTAR AL SANTO

Aquel hombre maduro, a punto de iniciar su confesión, fue cuando niño educado para ser sacerdote. Vivió en un monasterio muchos años, atendiendo al cuerpo solo cuando enfermaba y dedicándose de lleno al espíritu. Hasta que conoció a la madre Teresa que fue a confesarse con él una tarde nublada en que la iglesia estaba desierta. El hombre y Teresa terminaron la noche bebiéndose todo el vino de consagrar y al día siguiente la culpa no lo dejaba en paz.

Al principio, le dijo a su confesor, cuando el vino aún no hacía efecto y yo conversaba con la hermana acerca de lo incómodo de usar hábito, noté que ella se acercaba más y más. Me tomó por sorpresa con un beso nervioso, pero me resistí apretando los labios fuertemente.

Quizá se sintió un poco ofendida ante mi negativa, pero seguimos platicando, esta vez de una rasgadura en mi sotana. Ella comenzó a revisarla, primero por fuera, pero luego sentí sus manos posadas sobre mis piernas suavemente. Quise después devolverle el favor, viendo que se le dificultaba desvestirse para revisar su hábito también.

Se fue descubriendo poco a poco la espalda, tenía marcas de penitencias, desesperación. Besé una herida fresca. Teresa sintió escalofríos y se volvió hacia mí. El resto del cuerpo era liso y suave, sus ojos brillantes, la figura erguida frente a mí era imponente como la de una santa.

Estábamos casi pegados, pero ya no me resistí. Rocé apenas su piel, los dedos desbordando una delicadeza que desconocía en mí, tan acostumbrado a trabajar en los quehaceres más rigurosos de la iglesia. La mirada de Teresa me ponía nervioso y torpe hasta que una fuerza inexplicable y violenta brotó de mi interior para recostar a Teresa en la primera escalinata hacia el altar. Ella no puso resistencia ante mi iniciativa y la recompensó tomando mi mano, llevándola a través de sus curvas agrestes. Fue entonces cuando derramé por accidente el vino frío, que entre los pechos de Teresa, formó la imagen de San Juan. Se veía su cara bien delineada: la expresión beata, el vestir sencillo y sandalias pobres.

Para entonces había tomado muchas copas pero haciendo acopio de fuerza toqué el ropaje del santo sobre los senos de Teresa para cerciorarme de que era real. ¡Y lo era! Recorrí sus contornos húmedos y su forma no se distorsionaba.

Es todo lo que recuerdo. Para cuando nos encontraron por la mañana nadie pudo ver al santo porque me quedé dormido sobre él, así que vengo a confesar el grave pecado de aplastar a San Juan.

El obispo confesor no entendió muy bien esto último pero impuso al sacerdote rezar tres aves marías y se dirigió al convento de Teresa con mucho entusiasmo.

2 comentarios:

Gilberto dijo...

Que perversa jeje, era seguro un san juna muy cachetón, me gustó mucho

angloitzblog dijo...

Edith:
Sólo te pido que no vayas a andar sacando a la luz alguna de las anécdotas de mi prima Teresita del Niño Jesús, quien también era monja y una sibarita de los placeres carnales.